En un mundo cada vez más regido por el miedo a perdernos experiencias, el FOMO se ha apoderado de eventos sociales como los festivales. En este artículo de opinión, reflexiono sobre cómo el Festival de Les Arts ha dejado de ser un encuentro musical de calidad para convertirse en un escaparate del postureo, donde muchos asisten más por la foto que por la música. ¿Es esto lo que de verdad nos importa?
En estos tiempos que corren, existe mil síndromes que cuando yo era un niño no existían, o quizás no eran tan comunes. Hay uno sobre el que últimamente leo mucho, y que está cada vez más presente, este del que voy a hablar se forma de manera acróstica. Me estoy refiriendo al Síndrome FOMO (de sus siglas en inglés Fear Of Missing Out) y es el miedo a perderse algo, y lo voy a hilar con una cosa que pasa hoy.
Hoy era el día, hoy salían a la venta las entradas del Festival de Les Arts, un festival que cada año ha ganado más prestigio entre los festivales, de manera inversamente proporcional al nivel real del festival si lo comparamos con las primeras ediciones.
Desde primeras horas de la mañana, ha habido miles de personas esperando en una cola virtual para comprar una entrada, una entrada cuyo precio distaba mucho del precio de lanzamiento, porque el precio de lanzamiento cada vez se asemeja más a un unicornio, algo mítico que nadie ha visto, porque son muy pocos los que habrán podido acceder a esos precios.
Gente que habrá descuidado sus quehaceres diarios para poder conseguir esa ansiada entrada, porque… ¿Qué hago si me pierdo tan magno evento? Gente que tienen miedo a perderse un festival, que si bien se hace en un recinto espectacular y con un clima (normalmente) soleado y agradable, además de ser en una ciudad de las más bonitas de España, son gente que han perdonado mucho a un festival que dista mucho de sus primeras ediciones.
Es el miedo a perderme, ya no al artista, porque probablemente estén en veinte festivales más ese año, no, miedo a perderse el momento, esa foto que demuestre que estuvieron ahí. Poder subir a sus redes fotos de una felicidad momentánea, y a veces fingida, para que la gente vea que eres feliz. Es como esa manía que tenemos por colgar la foto de la paella, porque ya no nos basta con comerla y disfrutarla, ahora tenemos que dar envidia y enseñar lo felices que somos, o esas fotos de nuestros pies en la arena, que todo el mundo sepa, que mientras ellos están en la oficina delante de un ordenador, tú estás en una playa, aunque en esa foto no sale la familia al lado chillando, ni ese niño corriendo que te llena de arena, ni esa medusa que te espanta del baño, no en esa foto estamos nosotros y la persona que nos mira, envidiando nuestra felicidad.
Y el Festival de les Arts ha sabido crearnos como ninguno el Síndrome FOMO, sin pararnos a pensar en muchas cosas que si recapacitásemos, igual nos haría plantearnos por qué tenemos miedo a perdernos un festival que tiene muchos defectos.
Podría hablar de los precios, de lo que costaba una entrada VIP el primer año, y lo que cuesta ahora, aunque esto es la ley de la oferta y la demanda, la curva de la oferta se mantiene igual, mientras que la demanda cada año es mayor, por lo que será absurdo que la empresa organizadora no lo aprovechase. Y es normal que suban las entradas cada cinco minutos o menos, porque nadie de los que están se han parado a pensar, si la entrada llega a x euros no la compro, porque todos los que están ahí tienen miedo a perdérselo.
Podría hablar de los grupos, sin desmerecer a ninguno de los artistas que vendrán o que vinieron en la última edición, son muchos menos grupos, con un escenario menos, con menos horas de música, no entraré en si ahora hay o no hay artistas internacionales, porque sería muy falso por parte del que escribe criticar esto, porque yo tengo mayor devoción por la música española que por la foránea, aunque no haría ascos a ver aquí a The Killers, a The Kooks o por soñar, que trajesen a Oasis sin ser fan de ellos, pero sé que eso no pasará.
Podría hablar de las cada vez más restrictivas normas de los festivales, la prohibición de entrar alimentos (algunos han sido denunciados por esto, pero les da igual); tener que pagar por salir del recinto; tener que pagar para nominar la entrada, algo que se hizo por seguridad en las medidas postCOVID y que no evita que haya quien hace negocio con la reventa, pero al menos ellos vuelven “a trincar pasta”; de los festivales que cobran, por un lado, un camping, y por otro cobran el derecho a usar las duchas del camping, Pero tampoco sería lógico, porque todos nos quejamos, pero pocos son los que reclaman, no sea que no pueda entrar y me pierda el festival y no pueda decir “Yo estuve ahí, mira mis fotos en RRSS y muérete de envidia”
Podría hablar del público, y de esto voy a hablar, hay gente que va por la música y por los artistas, y hay siempre una gente que va por el postureo, por ponerse un poco de “brilli brilli” y les da igual si el artista es Love of Lesbian o si los que están tocando son un emergente, porque no conocen a uno ni a otro ellos quieren beber, hacerse fotos, y no les importa pasarse un concierto entero hablando, riendo, chillando, y hasta contándose como le fue la operación de una fístula (no es broma, es algo real que me pasó hace dos ediciones). Este último grupo no los entiendo, yo entiendo que alguien hable durante un concierto, salte, cante, enloquezca, no estoy en la Scala de Milán, no quiero silencio absoluto, pero me gustaría poder escuchar el concierto, y no los días que no pudo sentarse, y el dolor que al ir al baño la persona que tengo al lado.
Que en un festival haya estos dos tipos de público es habitual, el problema es que por desgracia el Festival de les Arts cada vez agrupa más público del segundo tipo, y eso es un problema para aquellos que quieren disfrutar del artista, sin importarle si es cabeza de cartel, o debutan en un festival ese día. Y hablo desde la experiencia, en mi círculo de amigos, son muchos los que hace un tiempo ni se plantearían ir a un festival “indie” y hoy son muchos los que van a Les Arts porque “es el evento de moda”, los que he visto en el recinto, y les he preguntado por los artistas, y no es que no conociesen al emergente, que puede pasar, a mí el primero, no, es que tenía amigos que me decían no saber quiénes eran Vetusta Morla, ¡ojo!, no digo conocer sus canciones, que pueden no gustarte, no, no conocer al grupo más allá de haberlos visto en el cartel, y no haberse preocupado por hacer una pre escucha de sí no todos, sí algunos de los artistas que ese día tocan.
Tengo amigos que les padece barato la fiesta que les montan, porque tienen dos días de fiesta por 120 euros donde va a estar los más granado del postureo valenciano, amigos que los artistas les da igual, y son los que han hecho que el festival a mi parecer pierda calidad musical, para convertirse en un evento social alejado de la música.
Por esto, yo me bajo del barco, cuando llegue el momento, si me apetece, intentaré comprar una entrada, y si no puedo conseguirla, pues pensaré que no era para mí. Igual es porque soy ya una persona que pinta canas ahí donde mi pelo dejó de crecer, pero para mí pasaron a mejor vida eso de pensar que me voy a perder un festival, la vuelta de Oasis, o la final del mundial. Mi miedo ahora está en perderme una cerveza en un bar con tres amigos recordando todo lo bueno que hemos pasado, perderme a mi sobrina contándome algo que le pasó que para ello es importante, pero no va a ser perderme un grupo que podré ver la semana siguiente en otro festival, y donde quizás el público asistente sea más respetuoso con artistas y resto de asistentes.
Igual algún día vuelvo a subirme, nunca se sabe, pero si no cambia mucho, por segundo año no estaré, y durante esos días no sentiré que me estoy perdiendo nada, y espero que recapacitemos, marquemos nosotros lo que es realmente importante en la vida, no empresas con equipos de marketing especializados en crearnos necesidades.
¡Saludos!
@ato1977
Nota: Contenido Actualizado con fecha 04/10/2024 16:36